martes, 7 de abril de 2009

El Mazas (Cuento)



Termo bajo el brazo y mate en mano.

Hoy ya se nota que empieza el frío.

Los dos pantalones que lleva, abrigan las antes explosivas “Mazas”, como le solían decir los amigos.

Qué tiempos aquellos. Las tardes de fútbol. No lo hacía por el dinero, aunque siempre fue un aliciente más. Era porque se sentía libre, corriendo y haciendo lo que más le gustaba. En el bar apostaban cuantas piernas de los tiernos defensas partiría, tres como mínimo. No había jugador que no pensara en un bastón cuando el “Mazas” se le acercaba. Tampoco era por maldad, lo que pasaba es que sus piernas lo poseían, era la forma de libertad que necesitaban y parecía que una vez terminado los dos partidos que se jugaba cada domingo, se hubiera pasado la tarde entre baños termales y masajes con exóticos aceites. Divino.

En medio de sus habituales cavilaciones, se acercaba cuadra a cuadra, a la plaza. Como cada día, trataba de ver quienes estaban ya allí. El banco que estaba frente a la panadería era su favorito. Y más favorito se ponía el banco sobre las once y media de la mañana, para lo cual faltaba una hora y pico.

Ya, a pocos metros, ve a los niños que juegan corriendo tras una pelota que parecía tener vida propia, nunca salía para donde esperaban, culpa de las piedras entre el pasto, las zapatillas viejas que las madres autoritarias exigían que llevaran los nenes, o tal vez porque en realidad a la pelota le daba igual donde ir, menos a los pies de los demás jugadores.

De reojo miró el banco de la esquina, se dio cuenta que allí estaba otra vez el viejo más viejo que había conocido, no porque tuviera más años que él, sino por su forma de enfocar las cosas, todo gris, todo diferente a los años mozos, nada estaba bien en estos tiempos modernos. Sinceramente, para eso ya tenía sus propias grises nubes y tormentas. Así que pasó detrás del vendedor de maníes, esquivó dos bicicletas endemoniadas y giró por el camino entre los setos, derechito al banco vacío clavado frente al cielo de los panes.

Sentado se tomó varios mates.

Las palomas venían indecisas sólo a comprobar que no había traído nada, últimamente siempre se olvida del maíz. Todo es diferente desde que se quedó solo en casa.

Quién lo iba a decir, él sobrevivir a la más dulce, buena y compresiva mujer. Alguien le dijo que por eso se la llevó el Señor. Él no lo entiende y cuando el cura de la iglesia se lo repite, tiene que estrangular el espaldar del banco para no irse derecho al infierno, porque la verdad es que nada le gustaría más, que dejar el alzacuello del padre como una pajita.

Lo cierto es, que ya pasaron cuatro meses, desde que su mujer falleció. Primero pasó dos meses en un abandono completo. Al final, renuente y malhumorado, dejó que viniera la amiga de su vecina para la limpieza. De todas formas, aun limpia, la casa estaba fría, sólo la cama le acercaba a los felices días de apasionados momentos en la juventud, y amorosamente lindos en los últimos años.

Ya era casi la hora. Deja el termo y su mate sobre el banco. Parado, mira atento la puerta de la panadería.

Allí estaba, como cada día, hermosa ella y precioso él. Siempre agarra la mano de la madre como si estuviera fundido y mira despreocupado lo que pasa por la calle. Por sus infantiles muecas y expresiva cara, es fácil darse cuenta, que todo siempre le parece nuevo. Ella, con la mirada seria pero confiada, guía al pequeño a seguir sus pasos.

Mañana. Sí, tal vez mañana hablen.

Por ahora, sólo espera desde el centro de su pecho, que tenga un buen día su querida hija.

3 comentarios:

El Ángel... dijo...

...muy lindo con sabor a barrio y nostalgia, el dolor de una perdida y la esperanza de un reencuentro...

Taba-re dijo...

Gracias por tu visita y tu comentario, Un abrazo

César Socorro dijo...

Precioso Taba-re, un cuento muy emotivo, que nos cuentas con ese cariño charrúa que tienes. Me emociono.