domingo, 24 de mayo de 2009

Amantes (Cuento)

Había pedido el cambio, de la zona asignada para su trabajo, cuando la vio en el ayuntamiento. Ella reclamaba más asistencia policial a la salida de los niños.
La observaba salir cada tarde. Diagonal a la escuela donde ella trabajaba, barría las hojas que dejaban los álamos, porfiados en hacer una alfombra en la calle y acera.
Qué linda y fresca se veía. La brisa junto a su andar, movían el vestido en sintonía con la imaginaria melodía, que oía en su cabeza. Su peinado siempre soltaba algún que otro pícaro mechón, para descansar sobre las gafas de pasta que resaltaban sus preciosos ojos.
Un día tomó valor y se las ingenió para presentarse.
Temprano, junto al portón exterior y apoyado en la escoba, esperó la hora que ella entraba en la escuela,
Cuando por fin pasaba a su lado, inspiró el aroma perfumado y dijo:
- ¡Qué cantidad de hojas!. Pasaré toda la mañana barriendo - , mientras le dedicaba una breve sonrisa junto a una mirada esperanzada.
Ella lo miró y sobrepasando el escalón de la entrada, dijo en voz alta:
- Si no se pone a ello le darán las 3.
- Así es - respondió él y con la escoba al hombro caminó hacia la calle.
El mismo día, justamente a las 3, la esperó con un ramillete de flores que robó a la plaza.
Cuando la vio le extendió su artesanal regalo y con una reverencia dijo:
- Antonio.
Ella tomó las flores, se las llevó a la nariz y sonrojada respondió :
- Mariela.
Así pues, desde ese día, él la esperaba a la salida, daban un largo paseo hasta la pizzería frente al parque, allí comían algo o bebían. Sin saber bien lo que habían ingerido, hablaban, reían, se miraban en largos silencios, abordaban cualquier tema sin profundizar demasiado en los conceptos o palabras, era el estar juntos lo que los hipnotizaba.
Durante lo que restó del otoño y hasta bien entrado el invierno, se repitió el ritual.
Acostumbrados a ese juego seductor y romántico, no se planteaban otra cosa, pero las ansias carnales comenzaron a bullir en la relación.
Ella fue quien le mostró la caseta de labranza escondida entre unos matorrales del parque. Aventurera, lo citó allí para día siguiente.
El día señalado, él se puso su mejor mameluco, hasta planchado lo llevó. Barrió más o menos, todo lo bien que el anhelante momento posterior le dejaba. Cerca de la hora, se fue al lugar de encuentro.
Ella llegó puntual, sofocada por la rapidez del caminar y la inquietud de su mente.
Forzando la puerta, entraron.
Ansiosos se quitaron toda la ropa, se miraron con avidez.
Se amaron con los ojos, cada espacio de piel, cada poro, no fueron capaces de tocarse.
Con gestos convulsivos producto de la excitación, se sentaron.
Finalmente se tendieron a cierta distancia, el frío suelo erizó aún más los alterados cuerpos. Extendieron una mano, buscándose, sin alcanzarse. Se acariciaban cada uno, sus alientos se mezclaban con pasión en el aire que los arropaba. Entrecerraron los ojos, aumentando la intensidad, en el abrasador instante del franqueado límite.
Temblorosos, se cubrieron con sus prendas.
Permanecieron el resto de la tarde fundiendo con ternura sus miradas.
Tan enamorados estaban y tan embriagadores fueron los futuros encuentros, que nunca necesitaron transgredir la virginal piel, protegiendo de éste modo, el mágico romance que se profesaban.

2 comentarios:

El Ángel... dijo...

“Se desnudaron, se miraron,
se desearon, recorrieron
su cuerpo con manos de
amante, fueron abrasados
en el instante limite”

Un abrazo

Lunática dijo...

Amigo Taba-re, no consigo encontrar el "punto" de este relato. Como en el anterior, creo que la idea es buena, pero quizás el final le hace perder fuerza.
Besos.